UNA GRAN CANARIA, UNA CANARIAS TEODORO SOSA

Vivimos, incluso padecemos, unos tiempos convulsos en los que acontecimientos a escala mundial
nos empujan constantemente al desasosiego y la desesperanza. Cuando parecía que los efectos de
la crisis derivada de la pandemia de covid en 2020, con millones de muertes en los años sucesivos
y también con devastadores efectos en la economía mundial, empezaban a ser historia, las élites
mundiales nos empujan hacia los conflictos bélicos, la creciente tensión entre naciones y a un
pesimismo colectivo que solo conduce a la destrucción y al desgaste psicológico de una generación
ya machacada por las constantes crisis que han cargado a sus espaldas.
La invasión de Ucrania por parte de Rusia o el genocidio perpetrado por Israel en Gaza, ante los
que la denominada comunidad internacional asiste incapaz de poner remedio -más allá de sugerir
pintorescos kits de supervivencia- se dilatan en el tiempo sin posibilidad de prever su final ni sus
efectos más allá de esos ámbitos geográficos. Aunque algunos de estos ya se atisban en modo de
incrementos descomunales del gasto militar, obviamente en detrimento de los presupuestos
sociales.
Por si esto no fuera ya suficiente, un histriónico y delirante Donald Trump ha apretado el botón de
los aranceles para desatar una crisis comercial a escala global que enturbia las relaciones entre
estados de los cinco continentes sin perspectivas de resolución a corto plazo ante los titubeos y
debilidad de los principales dirigentes mundiales, en especial de los europeos. 
En paralelo a esas convulsiones, asistimos a otras dos crisis latentes desde hace años. Por un lado,
la climática, que sigue dando avisos en forma de fenómenos meteorológicos adversos sin que se
observen medidas para combatirla con efectividad, en vez de discursos retóricos y voluntaristas
que ya cansan. Por otro lado, y no desconectada de esta, los canarios vivimos en primera persona
el drama de la crisis migratoria derivada de la situación en África ante la pasividad de las
autoridades españolas y europeas, que han decidido utilizar este asunto como arma arrojadiza
olvidándose de todo atisbo de humanidad. Solo cuando los nacionalistas y la ciudadanía canaria
hemos alzado la voz se ha reconocido un derecho indiscutible frente a la inhumanidad demostrada
por las derechas españolas.
Y es que, a escala internacional, estamos inmersos en una radicalización creciente de la política.
Volvemos, de manera interesada, a generar el “choque de trenes”, a la polarización de los bloques
ideológicos que se ve amplificada por el mal uso de las redes sociales que controlan los oligarcas
afines a la extrema derecha. Este ruido ensordecedor en la práctica arrincona a otras opciones,
singularmente de ámbito local y con planteamientos más prácticos que ideológicos, cuyo objetivo
innegociable es el bienestar social y económico de los territorios donde se radican, por minúsculos
que sean en el plano mundial. Esta dinámica perversa, incentivada por las organizaciones políticas
alineadas en los dos bloques hegemónicos, solo representa una lucha del poder por el poder en la
que ese bienestar colectivo queda reducido a una mera coletilla en los discursos. De ahí que la
actividad política se haya ido impregnando de faltas de respeto, acusaciones e iniciativas

rimbombantes y discusiones de taberna, en vez de análisis rigurosos, argumentos reflexivos y
propuestas innovadoras en beneficio de la ciudadanía. 
Todo ese contexto, español e internacional, es obviamente dañino para una isla como Gran
Canaria y para un Archipiélago como Canarias. No hace falta recurrir a la definición del genial
Pancho Guerra, encarnado en Pepe Monagas, sobre lo minúsculas que aparecen las Islas en un
mapa para subrayar nuestra nimiedad ante todo lo que está ocurriendo. Una vulnerabilidad que
no solo es geográfica. Es también política, ya sea por inacción o simplemente porque nos ignoran,
porque, estoy seguro de ello, hay intereses que juegan en contra de que podamos ser
protagonistas. 
Pero no es tiempo de resignación ni de lamentos. Quienes han seguido mi trayectoria saben que
huyo del pesimismo y el conformismo. Son tantos y tan enormes los retos globales y locales que
siempre he creído que para superarlos tenemos que organizarnos de abajo hacia arriba; desde la
gente a las instituciones; desde los barrios a los municipios; desde los municipios a la isla; a la
Comunidad y al Estado; con criterio progresista; con una transversalidad que supere sectarismos
ideológicos; con la mirada firme en un futuro distinto, posible e ilusionante, y con el aval de que ya
lo hemos demostrado con hechos en los municipios donde hemos trabajado, a pico y pala, con
nuestros vecinos y nuestras vecinas para transformar nuestros pueblos. Aspiramos a continuar
demostrándolo, no por ansias personales, sino por una vocación real y acreditada de servicio
público.
Somos ocho, por ahora, las fuerzas municipales respaldadas por cientos de militantes y numerosos
cargos de todas las asambleas de Gran Canaria que hemos decidido dar un paso al frente,
arriesgado pero ilusionante, para crear una organización política progresista, nacionalista,
municipalista y de verdad independiente, por más que quieran etiquetarnos los que no entienden
de otra cosa. Y no cabe duda de que seremos más porque esta ola ya es imparable. Porque solo
desde la mayor unidad posible se conseguirá la fuerza necesaria para que esta Isla siga con el
protagonismo adquirido en los últimos años y que todas y todos deseamos, y que Canarias
también necesita. Porque nunca habrá una Canarias fuerte sin una Gran Canaria potente. Canarias
necesita una Gran Canaria en primera línea y nosotros necesitamos una Canarias pujante que se
haga escuchar y respetar en un contexto estatal e internacional abrasivo, convulso e incierto.